Epecuén: el insólito rescate de la campana que resistió al olvido
La encontré”.Fueron las palabras más esperadas aquel 2 de noviembre de 1991 pronunciadas por un buzo táctico quien, sumergido entre vidrios, hierros, rejas y escombros, con muy poca vis...
La encontré”.
Fueron las palabras más esperadas aquel 2 de noviembre de 1991 pronunciadas por un buzo táctico quien, sumergido entre vidrios, hierros, rejas y escombros, con muy poca visibilidad, logró hallar la campana de la iglesia Santa Teresita de Epecuén, que había permanecido enterrada bajo el agua desde hacía casi 6 años.
La torre del campanario había aguantado erguida dos años más tras la inundación de noviembre de 1985 que sepultó por entero a la villa. Hasta ese momento, el repiqueteo de la campana podía oírse en los días de mucho viento. Una metáfora de resistencia que erizaba la piel aún hasta de los menos devotos.
Hasta que en 1987 el campanario colapsó y el agua se tragó de un bocado a la campana de 350 kilos y dos metros de diámetro, que sonaba cada domingo, anterior a la tragedia.
El buzo Juan Carlos Balvidares, bombero voluntario de Carhué, fue uno de los convocados por el jefe del cuerpo para participar del rescate que se efectuó con una balsa, una lancha y un equipo técnico y humano especial aquel 2 de noviembre.
“Nosotros nos alegramos; nos emocionamos muchísimo”, contó Balvidares, al recordar ese preciso momento en el cual el buzo comunicó que había encontrado la reliquia.
No había sido tarea sencilla llegar hasta ahí. La flotabilidad del agua y la presencia de escombros y otros elementos punzo cortantes dificultaron la tarea de los especialistas.
La idea de rescatar la campana había surgido en una reunión de Bomberos Voluntarios de la provincia de Buenos Aires realizada en la ciudad de San Bernardo, en la cual buzos tácticos manifestaron sus deseos de hacer prácticas en aguas distintas a las aguas dulces en las que estaban acostumbrados a trabajar.
Los Bomberos Voluntarios de Carhué, presentes en dicha reunión, comentaron acerca de Villa Epecuén y quedaron en averiguar qué se podía hacer, en razón de la alta salinidad del agua del lago. De allí se desprendió la idea de rescatar la campana de la iglesia de Santa Teresita.
“Nos contactamos con el sacerdote de la iglesia de Carhué, quien no dudó en aceptar la propuesta”, dijo.
Del rescate participaron, además de los bomberos de Carhué, buzos tácticos de Baradero, Capilla del Señor, San Antonio de Areco y Salliqueló.
El 2 de noviembre de 1991, a las 7, el equipo humano arrancó hacia la villa sobre una balsa con motor especialmente diseñada para colocar los elementos necesarios, a fin de que el personal pudiera trabajar con comodidad.
“Se preparó un grupo electrógeno, un compresor, tres tambores, sogas, cadenas y aparejos: todo lo esencial para subir, atar y sujetar la campana”, narró Balvidares.
“Cargamos todo en la balsa y salimos hacia el lugar de destino. Hicimos unos 200 metros con la balsa impulsada por un motor Yumpa 5 Hp y, en un momento, al ser tan pesado lo que llevábamos, el motor se desprendió y cayó a dos o tres metros de profundidad”, mencionó.
Uno de los buzos intentó bajar y no pudo hacerlo por la alta flotabilidad del agua. Fue necesario colocarle peso para que pudiera descender a rescatar el motor. Luego, engancharon la balsa a una lancha que los llevó —de tiro— hasta la iglesia sumergida.
Allí, dos buzos atados con soga se sumergieron a realizar la exploración. Pasado un tiempo uno de ellos emergió con un objeto algo oxidado: era el badajo de la campana, pieza metálica que cuelga en el interior de la misma y que se golpea para hacerla sonar.
“El buzo nos comentó que estaba complicada la visibilidad, ya que había muchos escombros. Todo era al tacto”, contó.
Luego de estar otro largo rato sumergido en el agua, el buzo se acercó a la balsa, esta vez sin la soga, y entonces llegaron las palabras más esperadas: “La encontré”.
Parte de la misión se había cumplido, pero todavía había que sacarla.
“El buzo había atado la soga a la campana y eso nos servía como guía. Ya estaba marcada. De ahí se planificó la reflotada”, contó.
Una vez liberada la campana se la fue arrimando a la balsa para cargarla, pero la tarea se frustró porque era muy pesada. Finalmente se decidió atar los tambores y la campana a la balsa.
“Nos enganchó la lancha nuevamente y despacio nos fue llevando hacia la costa”, rememoró.
“La tarea no fue fácil; se tardaron varias horas. Llegamos a una profundidad de dos metros aproximadamente porque la campana tocaba el piso. De a poco pudimos avanzar un poco más”, contó.
Cuando la campana quedó liberada de sogas, tambores y cadenas varios bomberos que esperaban en la costa y los buzos la agarraron a pulso, la sacaron del agua y la colocaron en una camioneta.
“En ese momento todos nos abrazamos y festejamos ‘el rescate de nuestras vidas’. Algo insólito se hizo realidad”, dijo.
“Gracias al esfuerzo y a la dedicación de los profesionales pudimos rescatar algo que nunca imaginamos: la campana de la iglesia de mi pueblo: Epecuén”, señaló quien perteneció al cuerpo de bomberos durante 30 años de forma activa.
La campana, deteriorada y con las marcas que dejó el agua salada, se trasladó en camioneta hasta la sede de los Bomberos Voluntarios de Carhué, donde ya había una multitud de gente esperando su llegada.
“La comunidad se volcó al cuartel para admirar tan preciado objeto, el cual había sido esperado durante mucho tiempo”, comentó.
“Siempre se habló de esa reliquia religiosa, pero supongo que para los habitantes de la villa tenía más peso emocional”, reflexionó Balvidares.
La campana estuvo casi un mes en el cuartel y en la actualidad se encuentra en la iglesia de Carhué a la vista de toda la comunidad.
En 1992, quienes habían perdido todo en la inundación, realizaron un reclamo con corte de ruta del que participaron los integrantes del cuerpo activo de bomberos esa época.
“Fue muy emotivo ver la multitud de gente que se reunió en ese momento. Se cargó la campana en una autobomba y en el lugar se hizo sonar. Cada sonido nos hacía recordar la época de plenitud de aquella hermosa capilla enclavada en el corazón del lago Epecuén”, expresó el bombero.
Cuando ingresó al cuerpo de voluntarios, a los 17 años, como cadete, Balvidares no podía imaginar que sería testigo y protagonista de este rescate histórico que conmovió a una comunidad maltratada y devastada por una inundación que barrió no sólo con lo material: se cargó ilusiones, la alegría de familias enteras y, peor aún, su esperanza.
Historia de la capilla Santa TeresitaA poco menos de 10 años de fundada la villa balnearia Epecuén, un verano de 1929 un grupo de turistas y vecinos —influyentes del incipiente lugar de veraneo— decidió erigir un capilla para efectuar misas durante sus prolongadas estadías.
Así, el 12 de enero de 1930 colocaron la piedra fundamental de la pequeña capilla, emplazada en Epecuén.
A partir de ese año se emprende la tarea de reunir fondos y se encomienda la obra a Plácido Paghera, gran constructor de la época. El edificio de la capilla estuvo culminado en 1932.
La campana, desde la culminación del edificio, estaba ubicada a un costado del ingreso, ya que la torre recién se levantó en 1938.
A principios de los años 70 se revocó todo el exterior cambiando totalmente su fisonomía.
Cuando sobrevino la inundación la capilla fue rápidamente desmantelada, recuperando su imaginería y algunos materiales como los vitreaux que sirvieron, luego, para la capilla San Cayetano del Barrio Arturo Illia, la que fuera inaugurada el 10 de agosto de 2002.
La imagen de Santa Teresita que, desde 1985 permaneció en la iglesia de Carhué, en 2004 fue declarada Protectora del Lago Epecuén y emplazada a su vera en una artística ermita de madera.
La campana, que se había hecho escuchar cada domingo en Epecuén por casi 50 años, en especial los días 4 de octubre, cuando Epecuén festejaba su día patronal, descansa hoy en la Iglesia Nuestra Señora de los Desamparados.
La última vez que la campana se hizo sonar, tras su restauración, y con la emoción de los presentes, fue en el acto por el 30 aniversario de la inundación, en noviembre de 2015, en las ruinas de Epecuén, en el terreno en que estaba emplazada la capilla. (Fuente: Museo Histórico de Carhué, Gastón Partarrieu)