Nota de Opinión: Por Nicolas García
Mi abuela era costurera a destajo, la mayor entre nueve hermanos. La pasaron mal cuando se les juntaron dos desgracias: la muerte prematura de su papá y lo peor de la crisis del 30.
Su historia, llena de simpleza pero con las dosis justas de belleza y tragedia, es el ejemplo típico de una trabajadora que de niña y joven sufrió en el cuero la pobreza y en el transcurso de unos pocos años fue llenando de colores una vida que era gris por falta de derechos: desde algo tan básico como garantizar 4 comidas diarias para sus hijas (fue madre de cuatro muy jovencita), hasta conseguir herramientas para su trabajo u obtener un terreno y una casa. Sí, seguramente son lugares comunes. Pero el escucharlo de su boca no era recibir información fría sobre reivindicación de derechos: era atender un relato dicho desde el alma y con los ojos húmedos que narraba las condiciones y el modo en que una familia pobre había cambiado su vida.
Nadie les había teorizado sobre la importancia de un proyecto político con ideas claras, un líder reconocible y adherentes movilizados, pero María y millones más lo pusieron en práctica y participaron de todos los hitos fundantes del peronismo porque entendían que sus vidas habían mejorado gracias a ello.
Nadie le impuso palabras difíciles como “redistribución” o “reciprocidad” para explicarle que ella vivía dignamente como trabajadora merced a un estado que supo cómo llegar a más gente y a un proyecto que promovió la Comunidad Organizada como forma de resolver las necesidades de las personas.
Nadie, absolutamente nadie seguramente les habrá hablado desde la academia planteando que para llevar adelante un proyecto político así se requieren tomar decisiones que van a generar conflictos. Y que el desafío es reconocer que las diferencias existirán siempre, pero que hay que garantizar formas de resolverlas dentro de la democracia, porque de no ser así se corre el riesgo de que en una lucha de proyectos domine la lógica moral del ‘bien contra el mal’ en donde el oponente puede ser percibido como un enemigo que debe ser aniquilado.
No pudieron escuchar a nadie con ese discurso porque no les alcanzaba el tiempo: tenían que parar la olla. Pero hace 75 años, ella y millones de trabajadoras y trabajadores dieron el ejemplo práctico de toda esa teoría ampulosa: el 17 de octubre de 1945 atiborraron una ciudad que tenían vedada, y construyeron pacíficamente la movilización más importante de la historia para hacer la demostración de fuerza que fortaleció al líder y sentó las bases del proyecto político de nuestro movimiento, el peronismo.