Locales/Regionales

Arístides, Don José de San Martín

Por Jaime Reisvig y Álvaro Urrutia

“Llama la atención por lo premonitorio el nombre que tomó San Martín al ingresar a la logia: “Arístides”, el general griego que se autoexcluyó del mando del ejército para que Milcíades pudiera ganar la batalla de Maratón. Años más tarde el Arístides criollo haría lo propio en Guayaquil dejándole la gloria del triunfo final a Bolívar.”

Felipe Pigna en “Los mitos de la Argentina II”, pág. 21

“El Santo de la Espada” “Padre de la Patria” “El Indio”, muchas son las adjetivaciones que acompañan su nombre, pero sin duda “Libertador” es la que condensa la obra a la cual entregó su vida, aún en el estruendoso silencio del autoexilio al que fue arrojado.

Es oportuno recorrer el concepto de libertad que fluía de su verba encendida, ¿de qué hablaba el General cuando hablaba de Libertad? ¿de quién o de qué nos liberaba Don José cuando él se esclavizaba a ese ideal?.

“Compañeros del Ejército de los Andes: Ya no queda duda de que una fuerte expedición española viene a atacarnos; sin duda alguna los gallegos creen que estamos cansados de pelear y que nuestros sables y bayonetas ya no cortan ni ensartan; vamos a desengañarlos. La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar; cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras mujeres y si no, andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios. Seamos libres y lo demás no importa nada. La muerte es mejor que ser esclavos de los maturrangos. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje.”

Formado en las escuelas filosóficas, políticas y económicas del siglo XVIII fue nada más y nada menos que la encarnación de sus valores e ideales.

No encontraremos en su pensamiento y sus actos contradicción alguna. Todos éstos guiados por la férrea convicción de la autodeterminación de los pueblos que a su paso liberaba del yugo colonial español:

“Mi promesa para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer su independencia y dejar a su voluntad la elección de los gobiernos”.

Fundaba bibliotecas a su paso libertario donando los premios dinerarios que le otorgaban por sus triunfos miliares y hasta su propia biblioteca, que lo acompañó en todo su periplo, en ocasión de la fundación de la Biblioteca Nacional de Lima:

“Las bibliotecas, destinadas a la educación universal, son más poderosas que nuestros ejércitos para sostener la independencia”.

“La ilustración y el fomento de las letras es la llave maestra que abre las puertas de la abundancia y hace felices a los pueblos. Yo deseo que todos se ilustren en los sagrados libros que forman la esencia de los hombres libres”.

Con la Justicia como valor central en la conformación de un Estado y defensor de la división de poderes, como Protector de Perú promovió la aprobación de leyes que garantizaban los derechos de las ciudadanos.

“Me abstendré de mezclarme en el solemne ejercicio de las funciones judiciarias, porque su independencia es la única y verdadera salvaguarda de la libertad del pueblo; y nada importa que ostente máximas exquisitamente filantrópicas, cuando el que hace la ley o el que la ejecuta, es también el que la aplica”.

Un hombre de su época, embuído de las ideas de la Ilustración encarnando sus sus virtudes e ideales; amor a la patria y a las leyes, el desprendimiento de si mismo, la moderación, el culto de la igualdad y la frugalidad; pero especialmente y por sobre todas las cosas, como clave de toda su acción política, la preferencia del interés público sobre el particular.

Hoy que estamos convocados a gestas más mundanas, pero no por ello menos trascendentes, deberíamos analizar nuestras actitudes, repasar los ideales de los que reconocemos, como nación constituída, sus padres, sus fundadores, sus próceres.

Don José seguramente debe haber estado más de una vez exhausto, cansado, abatido. Una vez entregado el mando de su ejército a Bolívar en Guayaquil y renunciando al cargo de Protector de Perú quiso, nos cuentan sus biógrafos, regresar a Buenos Aires para acompañar a su esposa que estaba gravemente enferma; tal vez abrazarla, decirle que la amaba y que todo iba a estar bien. Pero los odios, los resentimientos y las disputas aún candentes que generaron sus acciones públicas en la dirigencia porteña de ese momento, se lo impidieron.

No por eso promovió, pudiéndolo hacer, disputas estériles que profundizaran aún más las diferencias y aumentaran las dificultades de una Nación joven en gestación. Simplemente esperó el momento para por fin asistir a su esposa, pero ya había muerto. En la lápida grabó “Aquí descansa Remedios Escalada, esposa y amiga del General San Martín”. Y acompañado de su pequeña hija Mercedes abandona el país rumbo a Europa; hacia lo que a las postres sería su destino final.

No seamos carne de odios y disputas propugnados por un activismo que se identifica en modo exclusivo con el rechazo.

La Patria somos todos, pero especialmente y ante todo “el otro”. Y es en el sano ejercicio de la disputa política, en el marco de una República Democrática y en el respeto de las Autoridades emanadas de sus procesos eleccionarios, donde se median los conflictos de intereses. Esto sería un buen aspecto de Libertad para rescatar.

En palabras del Libertador de una carta a Estanislao López “Unámonos, paisano amigo, para abatir a los maturrangos que nos esclavizan. Divididos seremos esclavos; unidos, estoy seguro que los batiremos...”

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